MUJERES & PLACERES*
*Por Reynaldo García Blanco
Al poeta argentino Oliverio Girondo le gustaban las mujeres que volaban. Lo dijo en un poema muy singular: Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando. En lo que respecta a mí, ahora que entramos en el tema, me gustan las damas que cantan cuando se duchan o van por la calle entonando boleros, con la posibilidad real de provocar un accidente. Me gustan las que meditan y cocinan con un sentimiento tántrico y piensan, como los tibetanos, que en la vida hay tres placeres: el estornudo, el orgasmo y la muerte.
Una estudiante francesa le preguntó al Cronopio mayor Julio Cortázar: ¿Qué es lo que más le gusta de mí? Y el autor de Rayuela le contestó: Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo. Lo que me gusta de tu sexo es la boca. Lo que me gusta de tu boca es la lengua. Lo que me gusta de tu lengua es la palabra.
Me deleitan las mujeres que se maquillan hasta el infinito a punto de perder trenes y aviones. Las que te llaman en francés y no soportan el inglés.
¿Cómo sería aquella Sulamita que el rey Salomón comparara con yegua de los carros de Faraón? ¿Cómo sería su cuerpo?: Los contornos de tus muslos son como joyas, obra de mano de excelente maestro. Tu ombligo como una taza redonda que no le falta bebida. Tu vientre como montón de trigo cercado de lirios. Tus dos pechos, como gemelos de gacela. ¡Ah, esos ardores! Como una consigna política la revolución de tus pechos.
Me gustan las hembras que tienen una herida en el vientre, un caracol terrestre al lado del espejo, un lunar en la nalga izquierda.
Me gustan las que no dicen malas palabras al no ser que se golpeen el codo o la rodilla y entonces se acuerdan de Teresa de Calcuta.
Prefiero las que les gusta una puesta de sol y que se han leído la Biblia, el Kamasutra y Adiós a las armas, de Hemingway.
Jorge Luis Borges amó a una mujer imposible. Le ofreció su soledad, su oscuridad, el hambre de su corazón. Trató de sobornarla con la incertidumbre, con el peligro, con la derrota. Y se quedó ciego para siempre.
Tengo especial predilección por las que hacen Pajaritas de papel y les tienen miedo a los gusanos y hasta los gatos se enamoran de ellas. Las que creen en el karma, la reencarnación y los chacras.
Y bueno, la capacidad de volar debe estar presente como en la María Luisa del poema de Oliverio Girondo. Y todo ello se complementa con esa trinidad, divisa de los monjes tibetanos, que en la vida hay tres placeres: el estornudo, el orgasmo y la muerte.