Monday, December 01, 2008

Enriqueta Ochoa
se ha ido.
"Para poderte hablar
así,
de frente,
tuve que echarme toda una vida..."
Enriqueta Ochoa (1928-2008)
Hay dolores que el mundo calla o quizá no los escucha de tanto ruido. Penas que pasan desapercibidas. Pero hoy al árbol que es nuestro planeta le falta una mujer, se le ha caido una poeta de las ramas y el instante pesa y cala en lo hondo. Se nos ha ido como del rayo -diría Miguel Hernández- Enriqueta Ochoa, mujer sencilla y grandiosa, cálida y amada, inmortal y secreta.
Esta que les cuenta la triste noticia conoció a Enriqueta hace poco más de quince años. Con ella se carteó, con ella desahogó en su tiempo el dolor de haber perdido a la madre, a la tía.
Un día, un buen amigo envió desde su estado natal, Coahuila, un bellísimo ejemplar de una antología de poesía reunida de la Ochoa.
No, no es preciso contar esa curiosa curiosa historia de cómo llegó hasta estas manos ese libro bellísimo y tan querido. No. Pero sí -hay que decirlo- ha dejado momentos intocablemente inolvidables.
Esta noche en que decimos Adios y Hasta siempre, es la noche en que Venus y Júpiter brillan juntos y, de manera singular, parecieran rendir homenaje la Poeta.
Hasta siempre, querida, queridísima Maestra Enriqueta Ochoa.
Retorno De Electra.
I
Para poderte hablar
así,
de frente,
tuve que echarme toda una vida
a llorar sobre tus huesos.
Tuve que desandar lo caminado
desnudando la piel de mi conciencia.
Para poderte hablar
tuve que volver a llenarme de aire
los pulmones.
Y cuidar que no se me encogieran las palabras,
el corazón, los ojos,
porque aún se me deshacen de agua
si te nombro.
Ya me creció la voz.
Padre, patriarca,
viejo de barba azul y ojos de plomo.
Ya te puedo contar lo que ha pasado
desde que te fuiste.
Con tu muerte se quebrantaron todos los cimientos.
No me atreví a buscar
porque no habría
un roble con tu sombra y tu medida
que me cubriera de la llaga de sol en mi verano.
Uní la sangre que me diste a otra sangre.
Malherida,
borré la sombra del sexo entre los hombres
y me quedé vacía, a la intemperie.
Y no pude decir
hasta que se hizo carne de mi carne el amor
lo que era hallar la propia sombra, entregándose.
Después quise ubicarte en mí,
te pesé,
te ultrajé,
te lloré,
medí tus actos,
di vuelta atrás,
y volví a caminar lo desandado.
Por eso puedo hablarte ahora, así,
porque entendí tu medida de gigante.
II
No podemos hacer nada con un muerto, padre.
Se suda sangre,
se retuerce el aullido tirado sobre las tumbas
en un charco de culpa.
Padre,
yo soy Pedro y Santiago,
el sable que doblado de sueño castró su espíritu
en tu oración del huerto.
Yo soy el viscoso miedo de Pedro
que se escurrió en la sombra
a la hora de tus merecimientos.
Soy el martillo cayendo sobre tus clavos,
el aire que no asistió al pulmón en agonía.
Soy la que no compartió
el dolor anticipado que se enclaustró
a devorar su miedo,
la hendidura irresponsable,
la desbandada de apóstoles.
Soy este pozo de noche en que se hunde la conciencia.
Di, ¿qué se hace con un muerto, padre?
Di, ¿cómo lavo estas llagas
si todo queda inscrito en el tiempo
y todo tiempo es memoria?
III
Colgábamos de ticomo del racimo la uva.
Cuando la muerte
reblandeció el cogollo de tu fuerza,
presentimos el vértigo de altura y la caída.
Uno a uno,
en relación directa a la pesantez de tu esencia,
descendimos.
Bajo anónimas pisadas me vi saltar la pulpa,
sorprendida.
Y no era orgía de vendimia
ni enervación de culto.
Fue ser la sangre a la sed de todos los caminos,
dejar la piel desprendidaentre un enjambre de alambradas.
Ahora,
para afirmar la talla
con que tu amor me hizo
sólo queda una espina:
la palabra.
IV
Perdón, hermanos,
porque no alcanzo a verlos
ahogada como estoy en mi hoyo
de pequeñas miserias.
¡Mentira que deseo morir!
Antes quisiera conocerlos
sin mi lente deforme.
Quizá los amaría tanto
o más de lo que estoy amando
a mi lastre de lágrimas
en este viaje de niebla.
V
Padre,
no puedo amar a nadie.
A nada que no sea este fuego
de sucia conmiseración
en que se consume mi lengua.
Quiero otro aire.
Otro paisaje que no sean los muros de mi cuerpo.
Emparedada, desconozco el resplandor del centro
y la desnudez de la periferia.
Voy a abrir brecha hacia los dos caminos
y quizá quede atrás
la trampa de la vieja noria.
Enriqueta Ochoa.

5 comments:

Anonymous said...
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jose fá said...

Pina, cuando recién pusiste la foto, antes de lo de la muerte de Enriqueta Ochoa que lamento igual aunque yo no la traté como tú... sólo levemente ¿recuerdas? en aquel encuentro (¿sabes que puedo ver la foto que pediste te tomaran con ella?, la tengo bien grabada en la memoria visual)

te decía quecuando recién la pusiste, la foto, pensé en decirte que es una foto espesa, parece pintura al óleo ¿no crees? es bella...

y abrazos

Pina said...

claro que recuerdo aquella foto y lo que no mencioné en el post es que a Enriqueta Ochoa la conocí por ti.
Fue en ese encuentro al que asistí contigo sin estar invitada... mas que por ti y me dieron el lugar de Elsa Cross; al menos me tocó leer en aquella mesa. ¿Recuerdas?, a mí que iba de gorrión.
Y por supouesto que la foto la conservo como una claridad increible.

En fin...

La foto la tomé enseguida de una tortillería en la que compré unas cuantas para cenar con frijolitos en una cena muy especial, obvio -nuestra cena- pero especial porque paar nosotros comer frijoples es sinónimo de estar de fiesta.

Abrazotes, Fita; espero que la Mar esté mejor.

Isolda Dosamantes said...

Pina un saludo, hay muchas historias de Enriqueta que nos hablan de su grandeza. Besos.

Pina said...

Sí, Yuenxinni.
Todo en ella y su vida siempre fue como un fino tejido a mano.

Un abrazote, amiga.